Casa CAFRaria

Sábado, 18 de octubre de 2014, en ruta a Casa Bavaria en el Oktobeer TRIP de Coors Light.


¿Cómo llegué aquí?

Fácil.  Quería ir a Casa Bavaria y a estas alturas de la vida es un poco complicado lograr unir a un grupo lo suficientemente grande como para alquilar una guagua, me enteré de que existía una guagua de Coors Light que iba para allá, so why not?!   

Que conste que hice mi research, hablé con personas que fueron los fines de semana pasados y todo parecía haber ido smoothly, pero aparentemente este fin de semana iba a ser el más concurrido.

Tras de que salimos hora y media después de lo pautado (tiempo que nos tuvieron bajo el sol en el estacionamiento del Centro de Convenciones)…

¡Qué iba a saber yo que en mi viaje se iban a juntar Sal y Pimienta, dos de las hostess más cafres e irresponsables de Puerto Rico!  

¡Qué iba a pensar yo que a minutos de arrancar una de ellas le iba a poner una cerveza en la mano al chofer de la guagua!  Hello!  Yo pagué $35.00, no por el open bar, sino POR TENER UN CHOFER SOBRIO.  ¡Para bajar con chofer ebrio, iba con cualquiera!

¡Qué me iba a imaginar yo que, a pesar de que dos de las pasajeras le insistieron a la hostess que no iban a beber porque tenían 16 años, la hostess iba a insistir e insistir hasta que acabaran bebiendo Smirnoffs!

Mucho menos pensé que a media hora de arrancar iban a repartir shots de tequila y que, cinco minutos después del primer shot, iban a repartir shots de vodka, y que Pimienta iba a hacerle más de un lap dance al pasajero que estaba sentado al frente mío.  Pasaron de chaperonas a strippers  en tiempo récord, y sin necesidad, porque no es como si tuviesen que convencer a nadie de comprar alcohol, el alcohol ya estaba pago.

Pimienta, si ibas a usar booty shorts, al menos te hubieses puesto un gistro o un bikini, para que no se te saliera el panty gris por arriba del pantalón.  Nadie quería ver tu chicho.

Cuando estábamos estancados en el tapón subiendo, como a una cuadra de Casa Bavaria y como a 15 minutos (sin tapón) del restaurante Vagoneando (la supuesta primera parada), habían personas bajándose de nuestra guagua para orinar y para vomitar.  Sí, ya estaban vomitando, tempranito.

Entre la bebelata, el bailoteo, la chonkeaera y la posibilidad real de regresar de madrugada rodeadas de personas intoxicadas, mi amiga y yo nos miramos y tomamos la decisión de abandonar el barco diciendo que íbamos al baño.

Uno de los host nos siguió y nos llevó hasta un matorral donde nos dijo que era el mejor sitio que había para orinar.  Aunque me vi tentada por la desesperación, mi amiga tuvo más fuerza y me dijo que subiéramos un poco más, y así, con la vejiga reventando, subí hasta una casa poco antes de Casa Bavaria donde una viejita bella y hermosa abrió las puertas de su casa y nos dejó usar el baño por $1.00. (Si me pedía $5.00, le daba $10.00).

Seguimos subiendo, nos compramos unas empanadilla frías, rellenas de grasa, perdón, de pizza, que en el último bocado reventó por algún lado y me salpicó toda la cara, y la t-shirt de grasa (para completar).

Cuando finalmente llegamos a Casa Bavaria, eso era un kindergarten.  Lo que había era niños, visiblemente menores de edad, bebiendo a lo loco, tenían a una señora en la entrada (a la que le caminé por el lado y ni cuenta se dio) haciendo pat downs y chequeando carteras.  No había que ser psíquico para saber que allí (como poco) se iban a formar unas cuantas peleas.

Así mismo como entramos, nos fuimos.  Llamé a mi mamá (sí, a mi mamá, que a mis 31 años todavía está dispuesta a rescatarme de cualquier situación) y empezamos nuestro descenso a pie por las curvas de Morovis, sin señal en los celulares, viendo a grupo tras grupo bajarse de sus guaguas para subir a pie, mientras que otros se quedaban a mitad sentados alrededor de algún amigo que estaba vomitando, hasta llegar al restaurante El Rancho del Abuelo.



Demás está decir que así terminé


y que hoy me duelen las "batatas" como si hubiese hecho
ocho sesiones de Crossfit.

Les voy a decir una cosa, yo soy Boricua, yo no tengo problemas ni con el reggaetón, ni con las “cafrerías”, pero sí tengo problemas con la irresponsabilidad.  Ayer me sentí atrapada y totalmente desprotegida, y preferí que me llevara un carro a someterme un minuto más a ese caos.

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