Para no aprender

Pensamos que las dictaduras son las que le limitan el pensamiento crítico a las personas, porque abiertamente prohíben libros, te dicen cuántos hijos tener, qué ponerte, cómo pensar y cuándo.  Pero no nos damos cuenta de que a nosotros día a día nos coartan nuestra habilidad de pensar más allá de lo que tenemos en frente.  Por cada hora de televisión que vemos, vemos 18 minutos de comerciales que nos dicen cómo vivir, qué tener y en qué creer.  Respondemos a grandes intereses pensando que somos libres.

Nuestra mejor arma es el razonamiento, nuestra capacidad de aprender, poder analizar una situación, usar aquello que sabemos y encontrar la manera de resolverlo.  Pero cada vez inventan más cosas que se encargan de “pensar” por uno.  Así limitando, si no eliminando, nuestra habilidad de defendernos.
 
 
Empezamos por el celular.  Ya no hay que cuadrar un punto de encuentro con nadie, porque simplemente podemos “llamarte cuando llegue”.  Si cuando llegamos no hay señal nos volvemos un ocho.  Y como hace mucho tiempo ya que no memorizamos números de teléfono, tampoco podemos llamar de otro lugar.

No hay que saber escribir, para eso está el spell check, no hay que saber sumar, para eso está la calculadora, no hay por qué hacer el esfuerzo de aprender direcciones, para eso está el GPS. 

Cada día son más las palabras mal escritas y los errores ortográficos que la Real Academia Española acepta por buenos, porque es más fácil que insistir en que aprendamos a hacerlo bien.  ¿Es esto saludable?  No.  Es otro ejemplo de cómo permiten que nos embrutezcamos, “para hacernos la vida más fácil”.
Ya no estamos programados para aprender.  Hemos delegado todo en la tecnología.  Los gadgets se han convertido en una extensión de nuestro cerebro, el cual va quedando en desuso.
El colmo es que los anuncios mismos nos dicen: “Sean irresponsables.  No aprendan”. Hay un comercial de Universal corriendo en el cine donde enseñan a un montón de gente haciendo cosas que van a causar un accidente y a un señor en un carro con su familia viéndolo todo pasar.  Por un momento pensé que el señor haría algo por evitar estos accidentes, pero no.  El señor lo que hace es que se alegra de tener un seguro que lo proteja de la brutalidad “inevitable” del ser humano.  En lugar de enseñarnos a modificar conductas, nos convencen de que no hay más remedio, de que no somos lo suficientemente capaces de aprender y necesitamos de otro que nos resuelva.  Claro, a ellos les conviene.  Aplauden nuestra negligencia porque lo que nos hace daño a unos, beneficia a otros.  ¿No se dan cuenta?
Hay otro comercial en que enseñan a una adolescente que no puede estacionarse en paralelo en un estacionamiento que caben dos.  ¿Solución?  Déjala bruta, cómprale el carro que se estaciona solo.  ¡No!  ¡Qué aprenda!  Cámaras en los carros para dar reversa, trackers para saber dónde te estacionaste, etcétera.  Todo lo posible para que no empleemos nuestro cuerpo y los cinco sentidos.  (Cómo la nena del parking sacó la licencia en primer lugar, no lo sé).

El problema no es que exista la tecnología, el problema es cuando pasa de ser una herramienta a ser un reemplazo.  El que usa la camarita para dar reversa, no va a virar el cuello primero y el que tiene el tracker en el carro no lo va a usar si se le olvida donde se estacionó, simplemente ni se va a fijar en dónde se estacionó y va a depender 100% del gadget para encontrarlo.
Somos esclavos de una sociedad capitalista que se enriquece con nuestro embrutecimiento.  No hay lugar para el pensamiento crítico, estamos automatizados.  Eso de pasar trabajo y sacrificarnos pasó a un lado.  Nos creemos que estamos haciéndonos la vida más fácil, cuando la realidad es que nos estamos haciendo daño.  Le estamos dando poder absoluto a otros sobre nuestras vidas.  Si algún día, por alguna razón, todo se pierde, no vamos a saber sobrevivir.

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