No me visto para mí, me visto para los demás

La gran noticia de las semana, Victoria's Secret abrirá tienda en Plaza las Américas.  ¡Wow! Ya verán la tienda abarrotada de gente compra que compra, ni que esos panties tuvieran poderes mágicos.  (Aclaración: Usar sus productos no te hará ver como las Victoria's Secret Angels)

¿Qué hace a esta tienda tan fascinante?  Por un lado, la excelente publicidad, por otro, que no teníamos una en Puerto Rico.   Pero si viajan y visitan una en cualquier lugar van a notar que están vacías, porque a todo se acostumbra uno.  Lo mismo ha sucedido con todas las demás.

La lógica me dice que, aparte de uno mismo, quien único va a saber la marca del panty o brasier que llevas puesto es tu pareja o quizás algún médico, si es que se fijan.  Pero ése no es el punto, ¿verdad?  No los compramos para nosotras ni para ellos, los compramos para el resto del mundo.  Hay que comprar al menos un panty de la famosa tienda, aunque sea para darte el lujo de pasearte con la bolsita un rato y dejar saber que tienes la capacidad económica de comprar ahí.  De eso se trata, de llenar el ojo, de competir y demostrarles a los demás que tú sí puedes.

Les digo, si ponen una tienda de alcapurrias para el pelo y alguien dice que están in, van a ver a medio Puerto Rico con una enganchá tan pronto y como abran las puertas.

Me atrevo a apostar que más de la mitad de las veces la gente se pone cosas sólo porque “todo el mundo las usa” y no porque se sientan cómodas en ellas.  Se convencen de que esto es lo que deben usar o comprar porque se lo dicta la moda.  ¡Y qué mucha cosa fea se han inventado!  Pero por decir que es de tal marca la gente se la pone igual.  La marca se ha convertido en sinónimo de status, no de calidad.

“La mona aunque se vista de seda, mona se queda".

No se trata de lo que te pongas sino de cómo lo luzcas.  Puedes verte igual de despampanante en un traje de cinco dólares que en uno de mil, como igual te puedes ver ridícula en uno del mismo precio.  Se trata de autoestima.  Vivimos en una sociedad donde nos han enseñado a evaluar cómo nos sentimos con nosotros mismos en base a la validación externa.  Por ende, buscando la aprobación constante de los demás cueste lo que cueste.  Literalmente.

El mejor ejemplo de esto lo vi en un programa de televisión tipo reality basado en un salón de trajes de novia.  En un episodio, la prometida de un jugador de los New York Yankees fue a comprar su traje de novia acompañada por un grupo de esposas de otros de los jugadores del equipo, autodenominadas las Yankee Wives.  La novia se basaba ciegamente en sus opiniones porque, según ella: "Todo el mundo está pendiente de los Yankees y de sus esposas por su estilo”.  A fin de cuentas escogió un traje glamuroso, pero era evidente que no fue el que más que le gustó, sino el que la presionaron a escoger.  Pero no importó, porque: “Son esposas de Yankees, tienen que saber lo que tienen entre manos”.

Alguien le debería decir a la nena que el dinero no da la clase.  Me sospecho que a las arpías, digo, Yankee Wives, realmente no les gustó el traje y lo que querían era ridiculizar a la novia, y la novia, por obtener su aprobación, se dejó manipular.  Pueden verlo y opinar por ustedes mismos:  Say Yes to the Dress Yankee Wives

(Dato curioso: el novio ya no juega para los Yankees. Algo me dice que la novia tendrá una segunda oportunidad para escoger el traje de sus sueños). 

No tengo nada en contra de Victoria’s Secret ni de ninguna otra tienda, lo que me cuestiono son los motivos de los consumidores.  Si te fascina un vestido de mil dólares y tienes el dinero para botar comprártelo, cómpralo, pero hazlo porque a ti te gusta, porque tú lo quieres, no por complacer a más nadie.

Quizás mi forma particular de pensar es producto del ambiente en que crecí y el contraste con la forma en que me criaron.

Lo que sí sé es que mientras más tiendas vendan lo mismo, más competencia en precios y mejor para todos.  Pensándolo bien, me hacen falta unas cuantas piezas, ¿cuándo es que abre la tienda?