Mi Ombre

Les voy a contar la historia de mi ombre.  No, no de mi hombre, de mi ombre.

Nunca he sido muy diestra con mi pelo.  En mi adolescencia, arreglarme el pelo consistía de lavármelo, desenredármelo y seguir andando.  Mis primeros tips me los hicieron para mi graduación de octavo grado y después de eso fui esclava de los tintes por la próxima década.


A eso de los 22 años me harté y me tiré varios tintes marrón oscuro para salir del rubio, y así seguí, hasta que, finalmente, el rubio desapareció y recuperé mi color natural.


 


Por siete años mi pelo no probó tinte alguno, me ahorré tiempo, dinero y dolores de cabeza.  Hasta 11 pulgadas de pelo pude donar.







Pero entré en mi tercera década y necesitaba un cambio rush.

 




Enter the ombre.

En el 2013 no se podía abrir una revista o prender un televisor sin ver el ombre.  La moda es sencilla, pelo más claro en las puntas y más oscuro en la raíz.  Básicamente, verte como si tuvieras raíces, sin parecer una cafre.

¡Perfecto para mí!  Sutil y dramático.  No tenía que pintarme el pelo por completo y aún así tener el cambio que quería.  Worst case, me recortaba.

No lo pienso mucho, voy a donde mi estilista, que nunca lo ha hecho (1er error), vemos un video juntas de cómo se hace y empieza el proceso.


Cuando pasa el tiempo y me quitan la primera capa de foil… lo que veo es pelo amarillo, amarillo pollito, bleached totalmente, sin degradación alguna.  I start to panic…  Cuando me quitan todo el foil
 
|
|


¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Me dieron náuseas, escalofríos, dolor de pecho.  ¡Me dio de todo!  Lo peor era que no me despertaba.  ¡No era un sueño!  Mi pelo…  El que no me pintaba hacía siete años…  ¡ARRUINADO!

Tras mi pánico, la solución de la estilista fue hacerme mechones con un tinte “más oscuro” para disimular el contraste (2do error).

Me hizo mechones negros.  ¡NEGROS!


Cuando llego a casa, después de botar mi dinero, mi madre me ayudó a salir de mi estado catatónico y llamé a una amiga quien me aconsejó una estilista.  La estilista me pidió fotos para ver el daño, me dio cita y me dijo: “No te preocupes que con la ayuda de Dios vamos a resolver esto” ¡Con la ayuda de Dios!  O sea, esto estaba grave.

Era sábado, así que así pasé el fin de semana, con el pelo amarrado, para que no pensaran que era una yal que andaba por ahí descuidada con cuatro pulgadas de raíz.  Es más, una amiga me dijo que si no me lo arreglaba me iba a empezar a llamar Yamilet. 

Llegó el martes, pasé tres horas en el beauty, gasté más dinero, terminé con un dolor de cuello espectacular, pero con tinte y un buen recorte me resolvieron.


Claro está que dos meses después tuve que regresar a pintármelo, porque después de unas cuantas lavadas, el maldito rubio volvió a salir.


Take Two.


A fin de cuentas no quedó como me lo imaginé, pero que se chave, me lo estoy disfrutando.  Aprendí a la mala a no darle importancia a aquello sobre lo cual no tenemos control.  Shit happens.
 

Así que ahora, de no querer tener el pelo de ningún color, lo tengo de cuatro colores, mi color natural, rubio, marrón oscuro  y los mechones negros que no hay Dios que los desaparezca.
 

Comentarios

Publicar un comentario

Posts Más Populares